Cuando ya el último de los mozos,
abandona, por la noche, mi morada
a procurar sus malsanos gozos
que calmen su sed no saciada.
Cuando ya la voz no necesita,
salir más de mi garganta cansada,
y se despidió hace mucho la última visita,
y ya no queda nadie, no queda nada.
Llegas tú, entras por la ventana,
o cruzas la puerta con orgullo,
cuál amante siempre esperada,
cuál niña mimosa en busca de arrullo.
Y te recibo en mi lecho, presto a tu compañía,
y te acuestas a mi lado, sin estar presente,
aún que no hay otra alma más que la mía,
estás aquí a mi lado, mi corazón lo siente.